Claramente, ¡todo lo que se come causa cáncer!
Eso significa que se puede evitar el cáncer evitando las carnes procesadas, las carnes rojas, los alimentos asociados con organismos genéticamente modificados (en realidad, probablemente no), el aspartame, los colorantes alimentarios o cualquier cosa "no natural". O eso parecería, al leer la literatura popular y, a veces, incluso la literatura científica. Como me gusta decirles a mis estudiantes de medicina: la vida es una enfermedad mortal de transmisión sexual que al final nos mata a todos, pero a la mayoría nos gustaría retrasar lo inevitable el mayor tiempo posible y permanecer lo más saludables posible durante el mayor tiempo posible. Una de las formas más obvias de lograr estos objetivos gemelos es a través de la dieta. Si bien los parámetros de lo que constituye una dieta razonablemente saludable se conocen desde hace décadas, la dieta todavía ocupa un lugar destacado en el riesgo de preocupaciones con respecto a las acciones que tomamos a diario que pueden aumentar nuestro riesgo de diversas enfermedades. Dado que el cáncer es una enfermedad (o, debería decir, los cánceres son enfermedades) que muchas personas, si no la mayoría, consideran de las más aterradoras, naturalmente nos preocupamos de que si ciertos alimentos o ingredientes alimentarios aumentan nuestro riesgo de cáncer.
Así nació el campo de la epidemiología nutricional, un campo prolífico, con miles de publicaciones anuales. Aparentemente, todas y cada una de estas miles de publicaciones se convierten en noticia, porque a los medios de comunicación les encanta una buena historia de “la comida X causa cáncer” o “la comida Y causa enfermedades cardíacas”, particularmente antes de las vacaciones. Como consecuencia, los consumidores se ven bombardeados con lo que me gusta llamar "el más reciente riesgo para la salud de la semana," en el que, a su vez, se culpa y exonera a varios alimentos, ingredientes alimentarios o "toxinas" ambientales de una serie de problemas de salud, que van de los más pequeños los tres más grandes: enfermedades cardiovasculares, diabetes y cáncer. No es de extrañar que los consumidores estén confundidos, y que reaccionen ya sea con alarmas en serie ante cada nuevo estudio 'revelador', o encogiéndose de hombros cuando una alarma nueva se une a las otraspara producir un zumbido de fondo similar al tinnitus. Desafortunadamente, esta cacofonía de alarmas también proporciona muchos argumentos para que los charlatanes, farsantes y chiflados promocionen sus muchas y variadas dietas que prometen reducir el riesgo de enfermedades como el cáncer y las enfermedades cardíacas a casi cero, pero sólo si se cumplen con determinación de monje y sacrificio. (Sí, estoy hablando de ti, Dean Ornish, entre otros).
Por todo esto, realmente quería escribir sobre un artículo que vi hace aproximadamente un mes en la fila de espera de impresión de artículos arbitrados. De alguna manera, intervinieron otros temas, al igual que mis vacaciones y luego las festividades, y también de alguna manera lo extravié la semana pasada, a pesar de que un enlace al estudio se encuentra en mi carpeta llamado "Blog fodder". [Nota de los traductores: se asume que la carpeta Blog fodder contiene material pendiente de revisión para ser publicado en el Blog del propio Gorski]. Afortunadamente, [el artículo] acaba de verse impreso esta semana en su versión final, lo que me da excusa para compensar mi descuido. Es un estudio de uno de nuestros héroes (a pesar de su paso en falso ocasional) aquí en el blog de SBM, John Ioannidis. [N. de los T. John Ioannidis es un médico investigador y escritor estadounidense, con prolíficas contribuciones en medicina basada en hechos, epidemiología, ciencia de datos e investigación clínica. Ioannidis ha demostrado que gran parte de la investigación publicada en artículos arbitrados no cumple con buenos estándares científicos de evidencia. Para saber más: https://es.wikipedia.org/wiki/John_Ioannidis]. Viene en forma de un estudio realizado por Jonathan D. Schoenfeld y John Ioannidis en el American Journal of Clinical Nutrition titulado, brillantemente, ¿Todo lo que comemos está asociado con el cáncer? Una revisión sistemática de libros de cocina.
Ahora, cuando John Ioannidis dice " una revisión sistemática de libros de cocina", se refiere literalmente a "una revisión sistemática de un libro de cocina". Básicamente, él y Schoenfeld revisaron el Libro de la escuela de cocina de Boston y probaron si varios ingredientes descritos y utilizados en las recetas del libro habían sido evaluados para determinar si tenían una asociación con el cáncer, y lo que se reportó. Lo que me encanta de John Ioannidis está plasmado en la metodología de este estudio:
Seleccionamos ingredientes de recetas aleatorias incluidas en The Boston Cooking-School Cook Book (28), disponible en línea en http://archive.org/details/bostoncookingsch00farmrich. Se obtuvo una copia del libro en formato de documento portátil y se visualizó utilizando el programa Skim versión 1.3.17 (http: //skim-app.sourceforge. Net). Las recetas (consultar la Tabla complementaria 1 en "Datos complementarios" en la edición en línea) se seleccionaron al azar mediante la generación de números aleatorios correspondientes a los números de página del libro de cocina utilizando Microsoft Excel (Microsoft Corporation). Se utilizó la primera receta de cada página seleccionada; la página se pasaba por alto si no había receta. Todos los ingredientes únicos dentro de las recetas seleccionadas fueron elegidos para su análisis. Este proceso se repitió hasta que se seleccionaron 50 ingredientes únicos.
Realizamos búsquedas bibliográficas utilizando PubMed (http://www.Ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/) para estudios que investigan la relación de los ingredientes seleccionados con el riesgo de cáncer, utilizando los siguientes términos de búsqueda: "factores de riesgo" [términos MeSH] Y “cáncer” [sb] Y las formas singular y / o plural del ingrediente seleccionado, restringido al título o resumen. [N. de los T. MeSH es la abreviatura de Medical Subject Headings o Encabezados de Temas Médicos. Los términos MeSH son palabras o frases oficiales seleccionadas para representar conceptos biomédicos particulares. Al etiquetar un artículo, los responsables editoriales de indexar el artículo, seleccionan términos que aparecen únicamente de la lista oficial de MeSH, nunca otras grafías o variaciones. Estos términos permiten hacer una búsqueda más eficiente en la literatura científica. Por su parte, sb hace referencia a búsqueda por subconjuntos, que permite limitar la búsqueda a una parte particular de la base de datos de PubMed, la mayor base de datos de literatura biomédica y de ciencias de la salud]. Luego se revisaron los títulos y resúmenes de los artículos recuperados para seleccionar los 10 estudios de cohortes o de casos y controles publicados más recientemente que investigan la relación entre los ingredientes y el riesgo de cáncer. Se consideraron los derivados y componentes de los ingredientes (por ejemplo, jugo de naranja) y los ingredientes analizados como parte de una dieta más amplia que se mencionaron específicamente como componentes de esa dieta. Siempre que se recuperaron 10 estudios para un artículo determinado, se intentó obtener estudios adicionales mediante la búsqueda de sinónimos de ingredientes (por ejemplo., borrego para cordero, timol para tomillo), utilizando artículos a los que se hace referencia explícita en el material previamente recuperado y ampliando el búsquedas originales (búsqueda simplemente por nombre de ingrediente Y "cáncer").
¿Cómo no amar a este hombre [Ioannidis]?
Sus resultados tampoco fueron tan sorprendentes. Primero, señaló que para el 80% de los ingredientes identificador por su metodología, hubo al menos un estudio que examinó su riesgo de cáncer. Son cuarenta ingredientes, en una lista útil: ternera, sal, pimienta, harina, huevo, pan, cerdo, mantequilla, tomate, limón, pato, cebolla, apio, zanahoria, perejil, macis (la cáscara de la nuez moscada), jerez, aceituna, hongos, tripas, leche, queso, café, tocino, azúcar, langosta, papa, res, cordero, mostaza, nueces, vino, guisantes (chícharos), maíz, canela, pimiento, naranja, té, ron y pasas. También señala que estos ingredientes representan muchas de las fuentes más comunes de vitaminas y nutrientes en la dieta estadounidense típica. Por el contrario, los 10 ingredientes para los que no se identificó ningún estudio tienden a ser menos comunes: laurel, clavo, tomillo, vainilla, nogal, melaza, almendras, bicarbonato de sodio, jengibre y tortuga acuática. Uno se pregunta cómo las almendras no se consideran como nueces, pero ésa es solo mi opinión de pedante.
Uno también se pregunta si el "Dr." Robert O. Young, curandero extraordinario de la alcalinización, quien afirma que el cáncer se debe al exceso de ácido y que la alcalinización es la respuesta; no ha oído hablar de ningún estudio sobre el bicarbonato de sodio, que para él, junto con una dieta de base vegana, supuestamente “alcalinizante”, es parte de la “cura alcalina” para todo, desde el cáncer hasta la sepsis y las enfermedades cardíacas. Ahora, si usted escribe "cáncer y bicarbonato de sodio" en la casilla de búsqueda de PubMed, obtendrá más de 350 artículos. Sin embargo, ninguno de ellos parece ser un estudio epidemiológico. Esto me recuerda: necesito buscar en esa literatura y hacer una publicación al respecto nuevamente. Pero estoy desvariando.
Volvamos al meollo del estudio en sí. (Lo siento, no lo pude resistir.)
Una vez identificados los estudios y los metanálisis, Schoenfeld e Ioannidis extrajeron los datos de los estudios, observaron la calidad de los estudios, el tamaño y la importancia de los efectos informados, cuán específicos eran y si había indicios de sesgo en cualquiera de ellos. Los resultados que encontraron se extendieron por todo el mapa, con aproximadamente la misma cantidad de estudios que encontraron un aumento en comparación con un menor riesgo de malignidad y, como antes, Schoenfeld e Ioannidis brindan una lista útil:
Las conclusiones de los autores se reportan en el resumen y en el texto del manuscrito y las estimaciones de los efectos relevantes se resumen en la Tabla 1. 39% de los estudios concluyeron que el ingrediente estudiado confería un mayor riesgo de malignidad, el 33% concluyó que había una disminución del riesgo, el 5% concluyó que había un efecto límite estadísticamente significativo y el 23% concluyó que no había evidencia de un riesgo claramente aumentado o disminuido. 36 de los 40 ingredientes para los que se identificó al menos un estudio tenían al menos un estudio que arrojó un mayor o menor riesgo de malignidad: ternera, sal, pimienta, huevo, pan, cerdo, mantequilla, tomate, limón, pato, cebolla, apio, zanahoria, perejil, macis (la cáscara de la nuez moscada), aceituna, hongo, tripas, leche, queso, café, tocino, azúcar, langosta, papa, resternera, cordero, mostaza, nueces, vino, guisantes, maíz, pimiento, naranja, té y ron.
El apoyo estadístico de los efectos fue débil (0.001 # P, 0.05) o incluso no nominalmente significativo (P. 0.05) en el 80% de los estudios. También fue débil o no estadísticamente significativo, incluso en el 75% de los estudios que afirmaron un mayor riesgo y en el 76% de los estudios que afirmaron un riesgo reducido (Tabla 1).
[N. de los T. El valor P es una medida numérica de qué tan fuerte es la evidencia estadística en contra de la hipótesis nula. En estadística, la hipótesis nula parte de establecer que dos grupos que se comparan son equivalentes entre sí. Puesto que es una hipótesis, las medidas estadísticas de resumen (por ejemplo, el error estándar) se utilizan para construir una relación, esto constituye lo que se conoce como prueba de significancia (o de relevancia). El valor de dicha relación corresponde al valor P, el cual denota una probabilidad de encontrar una diferencia al menos tan grande como el valor observado bajo la hipótesis nula. Cuando el valor P es menor a 0.05, se rechaza la mentada hipótesis nula, esto quiere decir que se tiene que aceptar que los grupos comparados no son iguales entre ellos y que su diferencia es estadística o nominalmente significativa. De este modo, cuanto menor sea el valor P, existe mayor evidencia para rechazar la hipótesis de que ambos grupos son iguales y si P es mayor o igual a 0.05, la hipótesis se acepta].
Para resumirlo todo, lo que tenemos aquí son un montón de estudios que presentan una asociación entre un alimento o ingrediente alimentario y un riesgo mayor o menor de varios cánceres, pero la gran mayoría de dichos estudios tienen tamaños de efecto muy débiles o con relevancia estadística nominal. A continuación, Schoenfeld e Ioannidis analizaron los ingredientes para los que existían metanálisis y encontraron 36 estimaciones relevantes del tamaño del efecto basadas en metanálisis. [N. de los T. En estadística, el tamaño de efecto (también llamada magnitud de efecto) establece el grado de asociación entre los datos y puede ser calculado numéricamente] Muchos de estos metanálisis combinaron estudios que utilizan diferentes contrastes de exposición, como el cuartil más alto / el cuartil más bajo versus otra medida, como el consumo más alto versus el más bajo. Sólo se realizaron 13 metanálisis mediante la combinación de datos sobre el mismo contraste exacto en todos los estudios. Como era de esperar cuando se combinan diversos estudios, los metaanálisis tienden a encontrar efectos más pequeños que los estudios individuales, como se muestra en la siguiente tabla del artículo (haga clic para “agrandecer”):
Como dije, estos hallazgos están por todo el mapa. Ahora, si realmente desea ver lo caótica que es la literatura examinada por Schoenfeld e Ioannidis, eche un vistazo a los tamaños de efecto encontrados para ingredientes para los que se han realizado más de diez estudios:
Como puede ver, es bastante complejo y está en todo el mapa, aunque hay algunos ingredientes para los que los estudios parecen ser bastante consistentes, como el tocino que se asocia constantemente con un mayor riesgo de cáncer. Qué pena. ¿Será? Continuemos con el análisis de Schoenfeld e Ioannidis. Lo que encontraron es bastante perturbador. Primero, informan que, aunque el 80% de los estudios que examinaron reportan hallazgos positivos (es decir, una asociación positiva entre el alimento o ingrediente estudiado y alguna forma de cáncer):
…la gran mayoría de estas afirmaciones se basaron en pruebas estadísticas débiles. Muchos resultados débiles y “negativos” estadísticamente insignificantes se quedaron en el texto completo, sin aparecer en elresumen del estudio. Los estudios individuales informaron magnitudes de efecto más grandes que los metaanálisis. No hubo una selección consistente y estandarizada de contrastes de exposición para los riesgos informados. Una minoría de asociaciones se vio sostenida de manera más débil en los metanálisis, y los efectos de resumen en los metanálisis fueron consistentes con un promedio nulo y una varianza relativamente limitada.
En otras palabras, existen muchos estudios que afirman encontrar un vínculo, ya sea para un mayor riesgo o un efecto protector, entre este alimento o ese ingrediente y el cáncer, pero muy pocos de ellos brindan un respaldo convincente para su hipótesis. Peor aún, parece haber muchas sinsentidos en la redacción de algunos manuscritos, con el resumen (que generalmente significa, hago notar, el comunicado de prensa) promocionando una fuerte asociación, mientras que la verdadera debilidad de la asociación está enterrada en "letra pequeña" en los resultados o en la sección de discusión de cada artículo. Dado que la mayoría de los científicos tiende a no leer todas y cada una de las palabras de un artículo, a menos que estén muy interesados en él o sea muy relevante para su investigación, esta práctica engañosa puede dejar una falsa impresión de que la asociación reportada es más fuerte de lo que realmente es. Sí, me doy cuenta de que nosotros, como científicos, probablemente deberíamos tener más cuidado, pero una combinación de presiones de tiempo y el enorme volumen de literatura que existe dificultan hacerlo. Además, como Schoenfeld e Ioannidis señalan en su discusión, aunque no cubrieron toda la literatura de epidemiología nutricional para todos estos ingredientes (lo que sería virtualmente imposible), su estrategia de búsqueda fue “representativa de los estudios que podría encontrar un investigador, médico, paciente o consumidor que se embarca en una revisión de esta literatura". En otras palabras, trataron de buscar en la literatura de una manera que mostrara los estudios recientes más comúnmente citados.
Es probable que el efecto sea aún peor para el público no especializado, que obtiene información filtrada a través de comunicados de prensa que tienden a amplificar el mismo problema (falta de advertencias adecuadas y discusión sobre cuán nominal o marginal es realmente la asociación cuando se examina críticamente). Después de todo, las oficinas de prensa de las universidades no son generalmente conocidas por sus matices, y los reporteros tienden a querer cubrir las historias que consideran interesantes. Los estudios marginales son menos interesantes que un estudio con un resultado sólido y robusto. Por lo tanto, los estudios tienden a presentarse con demasiada frecuencia como si tuvieran un resultado sólido y robusto, incluso cuando no es así. Esto se ve facilitado por otro problema observado por Ioannidis, a saber, la amplia variedad e inconsistencia en las definiciones y los contrastes de exposición. Esto, argumentan Schoenfeld e Ioannidis, facilita que los sesgos de informes se introduzcan en la literatura.
También está el problema del sesgo de notificación, que fácilmente podría ser más agudo en la epidemiología nutricional. [N. de los T. En estudios epidemiológicos y ensayos clínicos aleatorizados, el sesgo de notificación es habitual y debe evitarse. Este sesgo lo constituye la revelación selectiva de la información, así como la supresión de la misma, por parte de los autores del estudio. Por ejemplo, en el caso de un nuevo fármaco, los investigadores pueden centrarse en mostrar únicamente los beneficios del fármaco, pero desestimar los posibles daños, aun cuando el análisis de resultados los revele.] La razón es que, comprensiblemente, existe un gran interés público en el tipo de alimentos que pueden proteger o causar cáncer. En un editorial adjunto, Michelle M. Bohan Brown, Andrew W. Brown y David B. Allison señalaron que el trabajo de Schoenfeld e Ioannidis sí sugiere que todo lo que comemos está asociado con el cáncer de alguna manera, pero también señalan que su estudio reporta evidencia de sesgo de publicación:
Ellos [Schoenfeld e Ioannidis] encontraron que casi tres cuartas partes de los artículos que revisaron concluyeron que había un aumento o disminución del riesgo de cáncer atribuido a varios alimentos, y la mayoría de las pruebas eran al menos nominalmente significativas. Parece, entonces, que de acuerdo con la literatura publicada, casi todo lo que comemos está, de hecho, asociado con el cáncer. Sin embargo, Schoenfeld e Ioannidis procedieron a demostrar que existen sesgos en la literatura sobre el cáncer y los nutrientes. La fidelidad de los resultados de la investigación entre los nutrientes y el cáncer puede haberse visto comprometida de varias formas. Identificaron una exageración de los resultados débiles (la mayoría de las asociaciones sólo se apoyaron débilmente), una falta de comparaciones consistentes (definiciones inconsistentes de exposición y resultados) y una posible supresión de hallazgos nulos (una distribución bimodal de resultados, con una falta notable de hallazgos nulos).
Brown y sus colaboradores señalan que las fuentes de este tipo de sesgos se conocen desde hace mucho tiempo y pueden conducir al autoengaño. Los tipos de sesgo más responsables de los hallazgos positivos parecen incluir lo que se conoce como "sesgo de sombrero blanco" ("sesgo que conduce a la distorsión de la información basada en la investigación al servicio de lo que puede percibirse como 'fines justos'"), sesgo de confirmación (en el que los resultados exagerados coinciden con puntos de vista preconcebidos, de modo que los autores que exageran los resultados no consideran adecuadamente las debilidades de su trabajo) y, por supuesto, el sesgo de publicación. Estos resultados sesgados luego se difunden al público a través de los medios de comunicación. Como señalan Brown y sus colaboradores:
Las implicaciones del análisis de Schoenfeld e Ioannidis pueden ser importantes para la epidemiología nutricional de manera aún más amplia. Se cree que numerosos ingredientes alimentarios tienen propiedades medicinales que no están suficientemente respaldadas por los conocimientos actuales, por ejemplo, que el café “cura” la diabetes (11). Estas distorsiones también pueden usarse para demonizar alimentos, como lo demuestra la presunción de que el colesterol dietético en los huevos contribuye a las enfermedades cardiacas (12). Es probable que existan relaciones causales entre varios alimentos y enfermedades, pero la evidencia de muchas relaciones es débil, aunque las conclusiones sobre estas relaciones se expresan con la certeza que uno esperaría solo de la evidencia más fuertemente respaldada.
En efecto. Otra implicación, no notada por Schoenfeld e Ioannidis o Brown et al, es que los hallazgos débiles de la investigación que sugieren un vínculo entre este alimento o ese alimento y el cáncer, no sólo conducen a la demonización inapropiada de algunos alimentos, sino a la charlatanería. Cualquiera que haya sido lector habitual de este blog [N. de los T., Groski se refiere a su propio blog, donde originalmente se publicó este artículo] o de uno de los otros blogs de los colaboradores de SBM, o que haya seguido la "medicina alternativa" clandestina en línea, notará inmediatamente que los charlatanes con frecuencia promocionan varios "superalimentos" o suplementos repletos de varios ingredientes alimenticios que se cree que tienen efectos protectores contra diversas enfermedades para curar lo que le aflige, ya sea cáncer, enfermedad cardiaca, diabetes o lo que sea. Publicar estudios con asociaciones débiles que parecen más fuertes de lo que realmente son sólo proporciona combustible para estos charlatanes. De hecho, hay un sitio dirigido por Sayer Ji que dedica gran parte de su sección de noticias a publicar historias y resúmenes que describen tales estudios. Me refiero a GreenMedInfo, que publica de forma rutinaria entradas con títulos como Aguacate: la grasa es tan buena que hace que la hamburguesa sea menos mala; Black Seed: 'El remedio para todo menos la muerte'; y 5 medicamentos alimenticios que posiblemente podrían salvarle la vida. Y ese es sólo un ejemplo. Mike Adams, por ejemplo, hace el mismo tipo de cosas, publicando artículos que afirman que varios alimentos pueden "bajar la presión arterial rápidamente" y que la "dieta paleo" combinada con vitamina D y evitar los aditivos alimentarios puede revertir la esclerosis múltiple. No es sorprendente que el mismo tipo de hipérbole se encuentre regularmente en The Huffington Post y que los vendedores de suplementos lo promocionen. Incluso los principales medios de comunicación como MSNBC [N. del T., MSNBC es un canal estadounidense de televisión por suscripción a cargo de Microsoft y de la conocida NBC Universal] entran en acción.
Por supuesto, para ser justos, en la ciencia, la mayoría de los estudios deberían publicarse y dejar que las cosas caigan por su propio peso. Es injusto culpar a los autores de estudios de epidemiología nutricional por el uso y abuso que se hace de sus estudios. No es injusto culparlos si utilizan una metodología deficiente, o la fuerza e importancia de sus hallazgos en abstracto, o si ocultan debilidades enterrándolas profundamente en la verborrea de los resultados o las secciones de discusión. Si Schoenfeld e Ioannidis están en lo cierto, esto sucede con demasiada frecuencia. Obviamente, su muestra es una porción bastante pequeña de la literatura epidemiológica nutricional y, como tal, podría no ser representativa, pero dados los métodos utilizados para elegir los estudios examinados, dudo que si Schoenfeld e Ioannidis hubieran subido a 100 alimentos, hubiesen encontrado algo muy diferente.
Desafortunadamente, casi como un reflejo de los alarmistas de la nutrición, también se ve una tentación inquietante por parte de quienes se representan a sí mismos como científicos de ir demasiado lejos en la otra dirección y señalar el estudio de Schoenfeld e Ioannidis como una excusa conveniente para descartar los hallazgos epidemiológicos nutricionales que relacionan varios alimentos o tipos de alimentos con el cáncer u otras enfermedades. Por ejemplo, el Consejo Estadounidense de Ciencia y Salud (ACSH, por sus siglas en inglés) hizo precisamente eso en respuesta a este estudio, presumiendo que el mismo probaba que el hecho de dejar pasar impunemente los miedos respecto a ciertos alimentos era insignificante. Bueno, en realidad, muchos miedos son insignificantes, pero seguramente no todos lo son. La ACSH también casi entra en teorías de conspiración cuando afirma además que los principales medios de comunicación, con excepción de un par de periódicos del Reino Unido, como The Guardian, ignoraron el estudio. Aunque podría decirse que este estudio en particular no obtuvo una gran cobertura, afirmar que los principales medios de comunicación lo ignoraron es ir demasiado lejos. No fue así: el estudio apareció en Boing-Boing, The Washington Post, Reason, Cancer Research UK y otros. Por supuesto, no debe olvidarse que la ACSH es la misma organización que se ha referido a la promoción de los alimentos orgánicos como "elitista", le gusta referirse despectivamente a las preguntas sobre los vínculos entre el medio ambiente y el cáncer como "quimiofobia", y no se ha tardado en descartar las posibilidades de que varias sustancias químicas puedan estar relacionadas con el cáncer, como se parodió en el tan famoso The Daily Show hace unos pocos años. Debemos resistir la tentación de ir demasiado lejos en la dirección opuesta y, de manera reflexiva, descartar incluso la posibilidad de riesgos como acostumbra la ACSH, de manera notable con los pesticidas y otros productos químicos.
De hecho, como se señaló en Cancer Research UK, el problema real es que los estudios individuales tomados de forma aislada pueden ser profundamente engañosos. Hay tanto ruido y tantos factores de confusión a tener en cuenta, que cualquier estudio puede fácilmente fallar el blanco, ya sea sobreestimando o subestimando las asociaciones. Dado el sesgo de publicación y la tendencia a creer que algunos alimentos o factores ambientales deben causar cáncer, no es de extrañar que los estudios tiendan a sobrestimar los tamaños del efecto con más frecuencia de lo que los subestiman. Mirando a través de todo el ruido y tratando de encontrar las verdaderas señales, hay al menos algunos alimentos que están relacionados de manera confiable con el cáncer. Por ejemplo, el consumo de alcohol está relacionado positivamente con varios tipos de cáncer, incluidos el de páncreas, el de esófago y el de cabeza y cuello, entre otros. Existe evidencia de que comer muchas frutas y verduras en comparación con la carne puede tener efectos protectores contra el cáncer colorrectal y de otros tipos, aunque los vínculos no son fuertes, y las carnes procesadas como el tocino se han relacionado con varios cánceres, aunque, nuevamente, el riesgo elevado no es grande. Cuando lo resumimos todo, probablemente sea mucho menos importante qué alimentos individuales consumir, y más importante tener una dieta variada que sea relativamente baja en carnes rojas y alta en verduras y frutas, y no ser obeso.
Entonces, ¿qué puede hacerse? Sería bueno que observaciones como las que ha hecho Ioannidis conduzcan a una reforma. Entre el estudio de Schoenfeld e Ioannidis y el editorial que lo acompaña, se han propuesto varios remedios que no difieren de los pasos que se han impuesto en los ensayos clínicos de terapias y fármacos: mayor uso y mejora de los registros de ensayos clínicos y estudios observacionales; poner los datos brutos a disposición del público; poner a disposición del público la documentación de respaldo, como protocolos, formularios de consentimiento y planes analíticos; y exigir la publicación de resultados de investigaciones en humanos (o animales) financiados con fondos de los contribuyentes. Debo admitir que el último punto ya es un requisito, al igual que el registro de todos los ensayos clínicos financiados por los contribuyentes en ClinicalTrials.gov, pero las otras propuestas también podrían ayudar.
Finalmente, terminaré con una cita del editorial de Brown et al:
Como destacaron Schoenfeld e Ioannidis (6), los enfoques integrales para mejorar la notificación de los resultados de las enfermedades nutricionales podrían contribuir en gran medida a disminuir los reportes sensacionalistas sobre los efectos de los alimentos en la salud. Sin embargo, ninguna de estas soluciones para evitar sesgos aborda la necesidad humana fundamental de percibir control sobre los eventos temidos. Aunque los científicos pueden tener motivos ocultos para buscar asociaciones entre nutrientes y enfermedades, el público siempre es la audiencia final. Por lo tanto, es imperativo que pasemos menos tiempo repitiendo correlaciones débiles e invirtamos recursos para investigar enérgicamente la relación entre el cáncer y los nutrientes y otras asociaciones de enfermedades con una metodología más sólida, de modo que le demos al público un pararrayos en lugar de enviarlo al campanario.
Ese último comentario se refiere al pararrayos de Ben Franklin y cómo las iglesias solían pensar que las campanas protegían contra los rayos cuando, de hecho, sólo ponían a los campaneros en peligro, ya que a menudo los rayos alcanzaban los campanarios porque eran generalmente los edificios más altos en la mayoría de los pueblos. Es una metáfora que encaja, porque la superstición sobre los rayos antes de que se usaran pararrayos para desviarlos de los campanarios no es diferente de las creencias irracionales sobre los vínculos entre alimentos y cáncer que con demasiada frecuencia predominan, incluso en la actualidad. La respuesta es una ciencia más rigurosa y menos publicidad para la ciencia débil.
[Nota del traductor: el aspartame es un edulcorante descubierto a mediados de los 1960s, el cual se comercializa como sustituto del azúcar, incorporándose en numerosos productos alimenticios en todo el mundo, particularmente en bebidas gasificadas y postres]
Por David Gorski, 7 de enero de 2013 , publicado originalmente en Science Based Medicine;
Everything we eat causes cancer…sort of
Traducción : | Marco Antonio López |
Revisión Técnica : | Samantha McDermott y Alexis Nathán Rueda |