Como sabemos, no existe substancia cuya exposición sea enteramente segura, sino que «la dosis hace al veneno»; una cantidad de agua suficientemente grande puede matar, mientras que una suficientemente pequeña de cianuro puede ser inocua. Se trata de un principio base de la medicina basada en evidencia.

Los medicamentos se rigen de acuerdo a ello: se intenta que estos lleven consigo los menores riesgos posibles con respecto a sus beneficios. Y en el caso de las vacunas no es la excepción. En 1999, la  American Academy of Pediatrics y el US Public Health Service hicieron un llamado a suspender el Timerosal en las vacunas. Fue debido a una gran presión pública motivada por un artículo fraudulento. En él se evaluó la posibilidad de que éstas tuvieran una cantidad de mercurio suficientemente grande como para que los recién nacidos, en su primer periodo de vacunación, fueran expuestos a cantidades venenosas del mismo. Sus conclusiones fueron positivas. Sin embargo, investigación posterior demostró que sus resultados no se sostenían, ya que, básicamente, el estudio fue inventado. A pesar de ello, sigue existiendo la idea de que el mercurio en las vacunas es peligroso(1). Dicha preocupación no es para menos, pues la exposición al mercurio provoca efectos tóxicos en el sistema nervioso, en el sistema inmunitario, en el aparato digestivo, en los pulmones, en lo riñones, en la piel y los ojos, además de provocar efectos adversos en el desarrollo fetal e infantil (1). Sin embargo, es importante  aclarar ciertos puntos.

El mercurio puede existir como parte de muchos compuestos químicos distintos.Uno de esos (tratado en el supuesto estudio mencionado) es el metilmercurio, un compuesto orgánico del mercurio elemental, cuya toxicidad es reconocida. Muchos activistas antivacunas usan la toxicidad de este compuesto como argumento para causar miedos injustificados hacia estas. Los grupos antivacunas se aprovechan de ese temor, pero es usual que presenten datos distorsionados. En realidad el compuesto usado en vacunas es otro; el  etilmercurio. Y pese a que ambas substancias poseen una neurotoxicidad comparable en condiciones de cultivo (2), no es así en el organismo humano vivo (8). La diferencia está en que el etilmercurio no se acumula en el cuerpo como lo hace el metilmercurio (es decir, el etilmercurio es desechado por el cuerpo de manera más rápida, además de que se descompone más rápidamente a mercurio inorgánico,) y a que la mayor parte de este compuestono se deposita en el cerebro mientras que el metilmercurio sí. Cabe recalcar que el contenido de etilmercurio en las vacunas es demasiado bajo como para inducir algún daño. Incluso sabemos que el metilmercurio (la versión más tóxica del mercurio, del que estamos hablando) está presente en cantidades mayores en el ambiente, la comida y utensilios de uso doméstico, con respecto a la cantidad de etilmercurio presente en las vacunas (3).

A pesar de ello persiste el miedo a esta sustancia en particular y a las vacunas en general, ya que como suele suceder con todo avance científico y tecnológico, cierto sector de la población lo rechaza. Esto a partir de desconocimiento y prejuicios hacia quienes pretenden extenderlo. Sucedió desde que existió la primera vacuna, cuando había quienes afirmaban que las vacunas, al proceder de las vacas, producen características bovinas. Tal como se expone en esta exageración satírica del artista James Gillray (1757-1815) (4). Así como también se rechazaba a los primeros trenes porque se creía que su velocidad mataría a sus pasajeros. De modo que es indispensable conocer a detalle sobre aquello que se teme para así evaluar qué tanto hay de verdadero en lo que se afirma.

Por desgracia, quienes explotan este tipo de mitos tanto sinceramente, como por intereses económicos o necesidad de atención, suelen utilizar –consciente o inconscientemente– una falacia conocida como envenenamiento del pozo. Que consiste en desacreditar por adelantado todo lo que proceda de cierta fuente de información, alegando comúnmente señalamientos morales; «las farmacéuticas pretenden enriquecerse», «los científicos quieren envenenarnos» etc. Lo que impide considerar siquiera una palabra de ese grupo de personas, institución, estudio etc. que se alega malvado. Y peor aun si las supuestas víctimas son los niños pequeños. Lo que nos da como lección la necesidad de considerar de manera ecuánime la posición que consideramos contraria; no hay manera de hacer una jugada en el ajedrez si no se observa suficientemente la partida ajena.

Ahora, cuando se presentan evidencias que desmienten un supuesto peligro, se suele invocar el mal llamado principio de precaución. Una estipulación legal que básicamente consiste en darle armas a quien desconfía, en este caso, de la medicina. Si existe controversia con respecto a un adelanto tecnológico –como la medicina–, entonces se pretende justificado prohibirlo (5). No obstante, la manera en que avanza la ciencia y su producto más notorio, la tecnología, no lleva consigo certezas; falta de controversia. El proceso científico avanza acumutivamente por medio del ensayo y el error, y no hay otro modo más preciso de acercarnos a la realidad que éste. Además, llevamos haciendo medicina basada en la ciencia desde hace 150 años, cuando nuestra especie lleva existiendo trescientos mil años; alegar que por ser esta defectuosa habría que rechazarla es un completo sinsentido tanto por la naturaleza de aquello que estudia como por su desarrollo reciente.

En conclusión

La evidencia nos confirma que el timerosal usado en las vacunas es inocuo, y no sólo eso sino que al eliminarlo de las vacunas no dejan de aparecer los efectos adversos que se alegan como consecuencia de éste, como el autismo (1)(6). Además, no hemos encontrado un conservador igual de efectivo, de modo que los costos por eliminarlo son mucho mayores. Y bien conocemos lo que pasa cuando un sector de la población no se vacuna, ya por falta de recursos, ya voluntariamente (7).

Referencias

(1)Ball LK, "An assessment of thimerosal use in childhood vaccines. - PubMed - NCBI", Ncbi.nlm.nih.gov, 2001. [Online]. Available: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/11331700. [Accessed: 06- Dec- 2019]

(2) Zimmermann LT (2013) Comparative study on methyl- and ethylmercury-induced toxicity in C6 glioma cells and the potential role of LAT-1 in mediating mercurial-thiol complexes uptake. Available at: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/23727015

(3)Medlineplus.gov. (2019). Intoxicación con metilmercurio: MedlinePlus enciclopedia médica. [online] Available at: https://medlineplus.gov/spanish/ency/article/001651.htm [Accessed 2 Dec. 2019].

(4)Sánchez Arreseigor, J. (2019). La casa de Edward Jenner. [online] www.nationalgeographic.com.es. Available at: https://www.nationalgeographic.com.es/ [Accessed 2 Dec. 2019].

(5)Pérez, J. (2019). El principio de precaución tiene truco. [online] Vozpópuli. Available at: https://www.vozpopuli.com/ [Accessed 2 Dec. 2019].

(6)Cabezas Sánchez, C. (2019). Vacunas y timerosal: no hay evidencias científicas que muestren riesgo de autismo y desórdenes neurológicos. [online] Scielo.org.pe. Available at: http://www.scielo.org.pe/ [Accessed 2 Dec. 2019]. 

(7)Barcelona, R. (2019). Sarampión: Los casos en el mundo se cuadruplican por los antivacunas. [online] La Vanguardia. Available at: https://www.lavanguardia.com/ [Accessed 2 Dec. 2019].

(8)Environmental Health Perspectives. (2019). Comparison of Blood and Brain Mercury Levels in Infant Monkeys Exposed to Methylmercury or Vaccines Containing Thimerosal. [online] Available at: https://ehp.niehs.nih.gov/doi/full/10.1289/ehp.7712 [Accessed 2 Dec. 2019].

Lecturas recomendadas

    • Ben, Goldacre. (2008). Mala ciencia.. 3rd ed. España, Madrid: Paidós. 


Corrección de estilo : Liliana Ruvalcaba
Revisión Técnica : Lilí Gallo
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